Por Hernán Carbonel

Para LA GACETA - SALTO

Al publicarse, Distancia de rescate hizo ruido. El ruido que se merecía, por otra parte. Por ser la primera novela de una de las mejores cuentistas argentinas contemporáneas, a priori, pero sobre todo por sus varios planteos. A un tema perenne y en constante mutación como el de la maternidad, le sumaba uno contextual: el de los agrotóxicos y la contaminación ambiental.

Pero no todo iba por ahí: el verdadero poder desestabilizador de la novela estaba en el juego con las formas. En primer lugar, la multiplicidad de voces narrativas; luego, otro elemento estructural: el hecho de que la protagonista hablara desde el futuro, entre saltos temporales y un continuo flashback, hasta llegar al desencadenante; por último, y casi como un detalle, las pequeñas intervenciones metaficcionales, que funcionan en espejo con los indicios para que el lector desentrañe la compleja madeja argumental.

En medio de la pandemia, Distancia de rescate comenzó a buscar su versión cinematográfica. Con guión compartido entre la propia autora y la directora Claudia Llosa y protagonizado por Dolores Fonzi y la actriz española María Valverde, tuvo su bautismo de fuego en el Festival de Cine San Sebastián.

- ¿En qué momento del guión llegaste a él, fue una aceptación instantánea o te costó acceder a la idea de la película? ¿Cómo fue la conexión con Claudia Llosa, la directora, cuáles fueron los métodos de trabajo?

- Estuve en el guión desde el principio. Yo ya había recibido algunas ofertas para llevar el libro al cine, pero estaba con miedos, nada me convencía. Cuando me junté con Claudia fue una conexión instantánea, enseguida supe que quería que fuera ella. Pero lo que no me imaginaba es que me ofrecería escribirlo juntas. Hasta debo confesar que al principio la idea me asustó. Me sentía muy cercana todavía al libro como para poder trabajar con la libertad que supone una adaptación. Pero después el trabajo con Claudia fue tan rico, tan disparador, me sentí tan cómoda, que fue fácil soltar el material y empezar a jugar con él.

- Estudiaste Imagen y sonido en la UBA. ¿Eso colaboró en algo?

- Sí, es verdad, vengo un poco de ese mundo, pero con excepción de un par de proyectos chicos, nunca me dediqué al cine. De hecho, cuando terminé la carrera ya estaba completamente metida en el mundo literario. Así que esta experiencia casi se sintió como una primera vuelta. Aprendí muchísimo, Claudia fue muy generosa es este aspecto ¡y en tantos otros! Y de hecho ya estamos metidas en nuevos proyectos juntas.

- ¿Con qué instancias de la pandemia se encontró esta película? Azar mediante, un ambiente inesperadamente familiar con esa atmósfera perturbadora que la novela maneja.

- Tal cual. Pasó algo muy fuerte con eso. La película se editó en medio del primer pico de la pandemia, y me acuerdo del shock que nos causó a Claudia y a mí ese primer corte: en la película la gente se lavaba obsesivamente las manos, dudan del aire que respiraban, cerraban las ventanas para que lo tóxico no entrara a las casas, no lo podíamos creer, ¡de qué estábamos hablando realmente en esta película! Era como si la realidad le hubiera añadido a la ficción una nueva capa de lectura, absolutamente inesperada.

- Respecto de lo ambiental-ecológico, los agrotóxicos y demás: ¿cómo ves la progresión respecto de este tema? Esa idea de que la pandemia de coronavirus colaboraría con una mejora en nuestra forma de vida hoy suena a ingenuo, ¿no?

- Soy muy pesimista con esa idea. Puede que, en algún aspecto, por un breve lapso de tiempo, la pandemia haya sido buena para el medio ambiente, pero basta caminar por cualquier bosque o reserva ecológica y ver decenas de barbijos en el piso para entender que eso es solo una pista de cómo lo importante sigue escapándosenos. Creo que la pandemia fue algo terrible, y uso el pasado solo para las primeras potencias, porque nuestros países latinoamericanos no van a recuperarse por décadas de esta crisis. Pero la crisis medioambiental es un monstruo todavía más grande. Me pregunto qué idea tienen sobre este monstruo, la gente que no entiende este problema. Quizá creen que estamos preocupados por la desaparición de alguna especie, o porque el agua está un poco sucia. La realidad es que nuestra humanidad, tal como la conocemos, tiene los días contados.

- En el film se hace mucho foco en la relación entre las dos protagonistas, Dolores Fonzi y María Valverde. ¿Esa fue una búsqueda desde el principio o surgió con el correr de la escritura del guión?

- Es verdad que en el libro no está tan marcado, pero esa relación estuvo siempre en mi cabeza desde un principio, y me encantó que Claudia también hubiera leído estas pistas en la novela. Amanda y Carola son espejos corridos, desfasados, pero también son cada una lo que la otra desea ser y tener, es casi como si se hubieran enamorado de sus propios reflejos.

- La pregunta de rigor: ¿qué te pareció el resultado final del film?

- Me gustó muchísimo. Entré a esta idea de adaptación con algunos miedos, pero estoy realmente sorprendida de hasta qué punto la película logra vibrar en la misma sintonía que el libro. Una adaptación siempre supone una mirada nueva, una lectura única, pérdida y ganancia de material, es algo que puede ser bastante incómodo para el autor. Pero yo siento que, en lo más esencial, es decir en lo más puro de sus personajes, en su tensión, en la emocionalidad que atraviesa toda esta historia, en sus espejismos, el libro y la película van de la mano.

© LA GACETA

PERFIL

Samantha Schweblin (Buenos Aires, 1978) cursó los estudios de Imagen y Sonido y se especializó en el área de guión cinematográfico. En 2010 fue incluida por la revista Granta entre los 22 mejores narradores iberoamericanos de su generación. Ha sido señalada como una de las mejores cuentistas argentinas de las últimas décadas. Ganó, entre otros premios, el Casa de las Américas, Juan Rulfo, Fondo Nacional de las Artes, Ribera del Duero, Konex, Shirley Jackson y el “Tournament of books” al mejor libro publicado en Estados Unidos. Su obra fue traducida a 25 idiomas.